29 junio, 2018
Psicoanálisis y toxicomanías. Mónica Domingo Martínez|
La adicción, al igual que el resto de las problemáticas psicológicas puede ser observada
desde perspectivas diferentes, aunque complementarias.
Autores como Khantzian platean las hipótesis de la automedicación, es decir, la
adicción y la preferencia por determinadas sustancias, vendría de la necesidad de aliviar
o hacer desaparecer afectos o estados como el aislamiento, el vacío, la ansiedad, la
hipotonía o la depresión. Este autor, al igual que otros que basan su trabajo en la
psicología del Self, inciden en que la necesidad de paliar ciertos estados negativos tiene
su origen en la regulación de los afectos en la infancia temprana y en una dificultad de
internalizar la capacidad de autocuidado proveniente de los progenitores. La capacidad
de autorregulación y autocuidado comienzan a desarrollarse en estas primeras etapas a
través de la presencia y actuación de los padres, cuyas carencias pueden actuar de forma
significativa en el desarrollo del Self y de sus estrategias para afrontar el mundo.
La hipótesis de la automedicación se confirma al escuchar las experiencias de los
pacientes en relación a cómo responden a los estados afectivos intolerables mediante el
consumo de sustancias. Autores como Dodes, proponen que la adicción permite
restaurar los sentimientos de impotencia, indefensión y vergüenza, permitiendo a la
persona evadirse de un mundo que resulta abrumador y sobre el que no se siente ningún
tipo de control o poder. Es por ello que el consumo de la sustancia vendría a ser una
solución a corto plazo que permite restaurar el sentimiento de poder y afirmación,
aunque estos sentimientos tan necesitados sean ciertamente efímeros.
Otra idea muy interesante es la alternancia de estados rígidos, basados en las
prohibiciones y el sometimientos con periodos de conductas rebeldes, desordenadas y
caóticas. Con esto me refiero a que cuando la mente y la propia realidad se sienten
como un ente desconocido y amenazador, capaz de sembrar el descontrol y la pérdida
del juicio, la persona entra en un estado de supervivencia, vigilancia y control que trata
de evitar el caos. Es por ello, que la mente se vuelve poco flexible, en continua
activación y miedo a cualquier estímulo que pueda llegar. Sin embargo, este control de
hierro supone un consumo de energía y recursos de la mente que no se puede sostener
eternamente, ya que el cansancio y la frustración se fortalecen y se convierten en el
alimento de la impulsividad, en un intento de decir “ya no puedo más, necesito respirar,
necesito evadirme”. Es en este intento donde la conducta adictiva, sea de la naturaleza
que sea, toma las riendas y se cede el poder entregado a la mente al objeto sobre el que
poder proyectar el malestar y las restricciones y limitaciones.
En cierto modo, este objeto o sustancia seleccionada para la evasión puede sustituir a
los objetos perdidos en edades o etapas tempranas y aliviar los sentimientos de ansiedad
y aniquilación quizás vividos. En este sentido se idealiza la adición, en tanto que esta
permite salvarnos, al menos durante algunos momentos, de las emociones y vivencias
no transitadas y comprendidas y que por tanto resultan intolerables o no vivibles. Se
trata de una huida de todo aquello que quedó enquistado en la mente, en un inconsciente
poderoso que cuando estamos ya agotados toma el control, nos domina y nos lleva al
caos de lo que todavía no se puede entender e integrar.
Referencias:
González-Guerras, J. (2008). Psicoanálisis y toxicomanías. Revista electrónica
de psicoterapia. Vol 2 (1). 146-164
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