9 diciembre, 2014
Evaluación diferencial de la imagen social de los consumidores de drogas. Mónica Domingo Martínez|
Los individuos de nuestra sociedad poseen percepciones muy diferentes respecto de las personas consumidoras de drogas (de manera esporádica y de manera habitual), según sea la modalidad de consumo.
Las investigaciones llevadas a cabo en esta línea indican una tendencia general a considerar que el adicto o consumidor habitual está más motivado por la búsqueda del placer o la evitación del displacer que el consumidor esporádico. La atribución de este factor racional placentero se ve intensificada en el caso de los consumidores de drogas no institucionalizadas (como la heroína, los estimulantes y el cannabis). Sin embargo, no ocurre lo mismo a la hora de hacer atribuciones del consumo en el caso de los habituales de drogas institucionalizadas (como el alcohol y el tabaco).
Por lo que al rechazo se refiere, se produce una situación similar a la comentada anteriormente. En general, la sociedad muestra más rechazo hacia las personas que consumen habitualmente (o que abusan) de aquellas sustancias que no están institucionalizadas, viéndose disminuido este rechazo a medida que el consumo se espacia más en el tiempo y a medida que las drogas se convierten en institucionalizadas. Así, los consumidores esporádicos de alcohol y tabaco, reciben las mayores opiniones de aceptación social, junto al adicto a esta última sustancia.
Por último, es preciso comentar que en cuanto a la asimilación de patologías y problemas psicológicos al consumo de sustancias, se hace patente que las mayores atribuciones de carencias personales o emocionales aparecen sobre el adicto a la heroína, seguido por el consumidor diario de estimulantes y el alcohólico.
Por lo tanto, es de resaltar cómo nuestra sociedad acepta significativamente más al fumador diario de tabaco que al usuario esporádico de cualquier tipo de sustancia no institucionalizada. Gracias a este tipo de actitudes, comportamientos y repercusiones, se pone de manifiesto la enorme aceptación social de las bebidas alcohólicas dentro de la sociedad en que nos encuadramos, lo que sugiere, además, un posicionamiento de moralidad ambigua presente en el rechazo de modelos de conducta abusivos de una droga que la misma sociedad propone y promociona.
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