Drogas y placer

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15 junio, 2017

Drogas y placer |

 

 

“Los consumos de drogas responden a impulsos tal vez biológicos y acaso adquiridos en nuestra evolución, por lo que buscamos sustancias químicas capaces de alterar nuestra relación con la realidad ordinaria, que modifiquen o alteren nuestro comportamiento” (Martínez Oró y Pallarés, 2013) (p. 24), es una afirmación que nos hace pensar si la humanidad se hallaba biológicamente encaminada al consumo de drogas como parte de su adaptación.

 

Esta “preocupación” nos la adelantaba Liden (2011) cuando en La brújula del placer presenta un dilema respecto a los efectos psicoactivos de las drogas en los animales: ¿están estos simplemente dispuestos a soportar los efectos secundarios de una fuente de alimento valiosa o el efecto psicoactivo es la principal motivación para el consumo, puesto que, a menudo, solo consumen una pequeña cantidad de la planta u hongo siendo su efecto nutricional minúsculo y, sin embargo, su efecto psicoactivo, grande?

 

Desde que en 1962, James Weeks estableció la metodología de la autoadministración intravenosa de drogas y comprobó que el número de presiones de palanca aumentaba y los sujetos se autoinyectaban cantidades apreciables de morfina (Ambrosio, 2016), se han realizado diversos experimentos en los que se observa lo que podemos suponer búsqueda del placer en la conducta animal.

 

Más adelante Thompson y Schuster (1964) aplicaron este procedimiento con morfina en monos y obtuvieron resultados parecidos. También Pickens y Thompson (1968) demostraron que las ratas de laboratorio se autoadministraban anfetamina y cocaína con patrones de comportamiento que demostraban el control que estas drogas tienen sobre la conducta, de acuerdo con los principios del condicionamiento clásico y operante.

Sin embargo, en estos experimentos y en resultados parecidos en otros laboratorios, parece que los animales aprenden no sólo a realizar una conducta operante para obtener droga para el placer (efectos reforzantes positivos), sino también a que frecuencias de autoadministración muy altas producen efectos aversivos; y en este caso adaptan la frecuencia de respuestas a la concentración que les es más adecuada para mantener su conducta de autoadministración. (Ambrosio, 2016).

 

El funcionamiento fisiológico es posiblemente el mismo entre animales y seres humanos (Figura 1): los fármacos adictivos aumentan los niveles de dopamina sináptica dentro del núcleo accumbens (cuya fuente de dopamina es el  tegmental ventral) y este junto con la amígdala y el córtex prefrontal desempeñan papeles críticos en la valoración de las recompensas y el establecimiento de memorias asociadas a las recompensas. (Hyman, Malenka, y Nestler, 2006).

 

Así pues, si el sistema límbico al que pertenecen estos núcleos es más antiguo evolutivamente, nos hace pensar que es el funcionamiento del córtex prefrontal, más evolucionado en el ser humano, el responsable de nuestras adicciones.

Referencias:

 

Ambrosio, E. (2016). Psicología de la drogadicción. Madrid: Sanz y Torres.

Hyman, S. E., Malenka, R. C. y Nestler, E. J. (2006). Neural Mechanisms of Addiction: The Role of Reward-RelatedLearning and Memory. Anual Reviews of Neuroscience, 29, pp. 565–598.

Liden, D. J. (2011). La brújula del placer. Barcelona:Paidós.

Martínez Oró, D. P. y Pallarés, J. (2013) Riesgos, daños y placeres a modo de introducción de un manual para entender las drogas. En D. P Martínez Oró y J. Pallarés (Eds.). De riesgos y placeres (pp. 23-38). Lleida: Milenio.

Pickens, R. y  Thompson, T. (1968). Cocaine-reinforcedbehavior in rats: effects of reinforcementmagnitude and fixed-ratio size. Journal of Pharmacology and Experimental Therapeutics, 161(1), pp. 122-9.

Thompson, T. y Schuster, C. (1964). Morphineself-administration, food-reinforced, and avoidancebehaviors in rhesusmonkeys.Psychopharmacologia, 7(5), pp. 87-94.

 

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