29 enero, 2015
Adicción al deporte Mónica Domingo Martínez|
Los retos deportivos y la capacidad de superación personal generan numerosos beneficiosos, tanto físicos como psíquicos, pero todo en exceso es malo. ¿Donde están los límites? ¿El running puede generar una perniciosa dependencia, hasta el punto de convertirse en una adicción? ¿Cuándo se atraviesa la línea entre lo saludable y lo patológico? ¿Cuáles son los síntomas y qué consecuencias acarrea?
¿Qué ocurre en el cerebro para llegar a este punto?
La adicción al deporte, y más concretamente al fenómeno del running, tiene, como también ocurre en las adicciones con substancias, un componente físico y otro ambiental. En lo referente al físico, este se debe a la liberación de endorfinas en nuestro cerebro que actúan como un opiáceo endógeno que nos genera bienestar.
«Son un refuerzo impresionante que nos anima y nos hace sentirnos bien con nosotros mismos, pero cuando dependemos de ese refuerzo para estar bien corremos el riesgo de depender de él».
En lo que respecta al componente ambiental tiene mucho que ver el factor de la moda, por un lado, y la buena imagen social que tiene, por otro. «La sociedad nos marca y correr está de moda, pero al mismo tiempo tiene un componente positivo, pues está muy bien visto ser deportista y ser competitivo, y ambas cosas van de la mano.»
Una imagen que, como ocurre con la adicción al trabajo, que también es una conducta que goza de buena prensa, implica el riesgo de que no se interprete como una problemática, a pesar de que la reflejen diferentes síntomas.
Por estas características, no es de extrañar que en el actual contexto de depresión socioeconómica los desempleados llenen los gimnasios o las carreras pedestres.
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